lunes, 20 de febrero de 2012

Seeing Red & Yellow - Spiral of Fate (Capítulo 1)


I.- INICIOS


Onward we ride, into the raging fury
Setting our course by the moon and sun
We forge ahead seeking glory
Yet the journey has just begun

Symphony X - The Odyssey

* * *

Sáb 04-Jul-2009, 01:23AM

Mientras un milagro se preparaba no demasiado lejos de allí, dos figuras paseaban por el centro de la ciudad. La medianoche ya había quedado atrás, pero cientos de adolescentes y jóvenes adultos (y algunos adultos no tan jóvenes) llenaban las calles, caminando, charlando e incluso cantando con la felicidad y la despreocupación típicas de la juventud, sobre todo si se cuenta con la ayuda de unas cuantas copas.

Navegando a través de la multitud, las dos figuras deambulaban sin un objetivo claro. No pasaban desapercibidas, dado que dos mujeres jóvenes, bellas y de apariencia exótica (una de ellas claramente originaria del Lejano Oriente, la piel morena y los rasgos angulosos pero delicados de la otra dando pistas sobre su ascendencia norteafricana) acostumbran a tenerlo bastante complicado a la hora de no llamar demasiado la atención en este tipo de ambientes.
Sin embargo, ninguna hacía demasiado caso a su entorno ni a cualquier hombre que se atreviera a acercarse. Ambas estaban completamente concentradas en su conversación, que, para cualquiera que se acercara lo suficiente y entendiera inglés, parecería una sucesión inacabable de pullas, riñas y tomaduras de pelo.

“Juro que ésta es la última vez que te dejo elegir bar”, afirmó la joven de aspecto oriental, masajeando exageradamente su frente. “Mañana tendré una migraña infernal, y pienso echarte toda la culpa”.

“Oh, venga ya, Rin. Te pregunté, y contestaste algo así como ‘me da igual, cualquier sitio vale mientras la bebida sea buena y barata’. Y creo que ese sitio cumplía con ambos requisitos”, su compañera contestó, encogiéndose de hombros.

“¿Llamas a eso ‘buena bebida’? ¡No puedo creer que hayas perdido tanto criterio desde que te largaste de Londres, señorita!”.

“Vaya, te pido mil perdones por no saber si el vodka que servían allí era decente. Da la casualidad de que prefiero mantener el alcohol dentro de mi cuerpo al menos durante un ratito, muchas gracias, y ese brebaje ruso del demonio tiene cierta tendencia a provocar reacciones divertidas en mi estómago. El ron era bastante potable, y eso es lo que cuenta para mí”.

El duelo dialéctico continuó, con dardos verbales volando temerariamente en ambos sentidos, dirigidos con precisión hacia los puntos débiles que ambas conocían sólo gracias a la experiencia acumulada. A pesar de todo, dos juguetonas sonrisas brillaban en sus caras mientras las estocadas, paradas y contraataques se sucedían sin pausa y sus piernas las conducían en piloto automático por las calles de Barcelona. Ciertamente, se lo estaban pasando en grande.

“Olvídate de eso, ¿qué demonios era ese ruido infernal?”, la mujer llamada Rin dijo, cambiando de tema.

“Infernal... ah, ¿te refieres a la música?”.

“¡¿ESO era música?!”, Rin exclamó, ojos y boca abiertos de par en par en el gesto universal (y, en su caso, totalmente falso) de sorpresa mayúscula.

“Ajá. No es mi problema si tus tímpanos no están lo suficientemente entrenados como para comprender su grandeza”.

“Si entrenar mis tímpanos implica acabar sorda como una tapia, creo que prefiero seguir siendo ignorante, muchas gracias”.

“He conocido tapias con mejor gusto musical que cierta japonesa sabelotodo...”.

De repente, ambas mujeres se detuvieron. Un hombre algo achispado que caminaba justo detrás de ellas evitó el choque por los pelos y, tras gritar un par de obscenidades en su dirección, las dejó atrás. No le prestaron la más mínima atención. Sus ojos y sus mentes estaban en otro lugar.

“¿Lo has notado, Fatimah?”, Rin preguntó en un susurro, su constante sonrisita repentinamente desaparecida.

“Por supuesto. Era grande, ¿no?”, contestó Fatimah.

“Enorme. ¿Has podido detectar la posición exacta?”.

“No, pero sí una aproximación. Ha ocurrido en algún lugar de la sierra de Collserola, hacia el noroeste. Si persiste durante un tiempo y nos acercamos un poco más, creo que podría localizar el lugar exacto. Curioso, no recuerdo que ningún mago registrado viva en esa zona...”, Fatimah añadió, frunciendo el ceño.

“¿Lejos de aquí?”.

“Mmm. El metro no llega hasta allí, y de todas formas ya está cerrado. Así que supongo que si nos damos prisa será una hora a pie, más o menos. Cuesta arriba. ¿Vienes?”.

“Pues claro. No puedo dejar a mi kohai sola ante el peligro, ¿no te parece?”, y la pícara sonrisa de Rin reapareció, tal como se esperaba.

“No puedes resistirte a un misterio ni siquiera estando de vacaciones, ¿verdad, senpai?”, Fatimah contestó, risueña.

“Cuánta razón... ¡Eh, espérame!”. Fatimah ya había empezado a correr a toda velocidad hacia las colinas.


“¡Sígueme si puedes, tortuga!”.



* * * * *

Sáb 04-Jul-2009, 02:19AM

La guerrera estaba preocupada.

No lo aparentaba, sin embargo, a pesar de compartir la habitación únicamente con su inconsciente Master. Su disciplina estaba demasiado arraigada en su forma de ser como para permitirle mostrar abiertamente sus sentimientos, incluso cuando nadie podía verla. Permanecía sentada en el suelo al estilo japonés con los ojos cerrados y respirando pausadamente, una técnica de relajación que había llegado a dominar durante sus dos últimas invocaciones. En la oscuridad de la habitación, sólo reducida levemente por la luna llena que resplandecía tras la ventana, su apariencia era de calma y tranquilidad, pero en realidad su mente estaba funcionando a pleno rendimiento.

Había demasiados problemas en su situación. Para empezar, por supuesto, estaba el estado de su Master. El ritual pasaba factura al invocador, por supuesto, y la mayoría de magos de nivel medio acabarían agotados, necesitando al menos medio día para recuperarse completamente, pero nunca había visto a nadie acabar tan... exhausto justo después de completar el conjuro. Su apariencia era algo mejor después de dos horas de descanso, por suerte. 
Quizá había cometido algún error en el ritual, confirmando la primera impresión de la guerrera de hallarse ante otro novato con mínimos conocimientos de magia, pero por lo que pudo deducir después de examinarse a sí misma concienzudamente, el resultado final había sido el esperado: ella estaba allí, físicamente presente y completamente armada, y el enlace con su Master se había establecido correctamente, proporcionándole un flujo constante de energía mágica.

Bueno, casi todo estaba correcto... Al principio no pudo detectarlo, pero tras un segundo análisis pudo localizar un segundo enlace, este llevando energía desde su propia alma hacia... algún otro lugar. El flujo de salida de energía era constante, aunque inferior al ritmo con el que la recibía de su Master. Esto no era normal, y unido al estado del hombre tumbado frente a ella, apuntaba a un método de invocación nada estándar.

Y después estaba su localización. Había echado un vistazo al exterior a través de la ventana del dormitorio, medio esperando ver el paisaje familiar de Fuyuki una vez más. Sin embargo, la ciudad que se extendía a sus pies le era totalmente desconocida. La propia casa, situada en la ladera de una colina cubierta de bosques y sin vecinos a la vista, era claramente de un estilo clásico occidental, y lo poco que pudo distinguir de la ciudad desde allí se correspondía a lo que alguien podría encontrar en esta era en Europa o Norteamérica, y no tanto en Japón. De alguna manera, se hallaba más cerca de su hogar de lo que lo había estado en mucho, mucho tiempo, pero no podía evitar sentirse algo fuera de lugar.

Pero lo que más le preocupaba era precisamente eso: el hecho de estar preocupada. Desde que comenzó su búsqueda eterna, no importa el lugar o la época a los que fuera enviada, siempre había conocido de forma automática el dónde, el cuándo y, sobre todo, el por qué de su presencia. Esta vez no. Fuera cual fuese el mecanismo que la había traído de vuelta al mundo de los vivos, no se había molestado en informarle de su objetivo. Era como quedarse dormido en un tren de larga distancia y despertar solo en alguna estación sin nombre en el medio de la nada.

Y por último, pero no por ello menos importante, estaba esa leve, casi intangible sensación de que había algo extraño dentro de sí misma...

Confundida, se levantó y camino hacia la ventana por cuarta vez en la última hora, con cuidado de permanecer fuera de la vista de cualquiera que pasara por allí. Esperaba con impaciencia que su Master se despertara de una vez. Había demasiadas preguntas que necesitaban respuesta.

Y entonces las vio. Dos siluetas oscuras, casi invisibles entre las tinieblas creadas por la pálida luz de la luna, moviéndose con cuidado de sombra a sombra, intentando permanecer ocultas mientras se acercaban poco a poco a la casa.

Sus músculos se tensaron, una sonrisa de aspecto peligroso apareció en su cara, y la guerrera se giró para salir de la habitación. Oh, esto era algo con lo que estaba acostumbrada a tratar...

* * * * *

Sáb 04-Jul-2009, 02:25AM

Con la espalda pegada a la pared exterior de la casa, Fatimah se concentró. Podía oír a su compañera murmurando en un alemán bastante poco académico desde el otro lado de la esquina, probablemente estableciendo una Barrera Delimitadora. Suerte que el poder de un conjuro no está relacionado con la corrección de la gramática usada en la invocación, pensó con una leve sonrisa antes de cerrar su mente al mundo exterior, centrándose en su Marca Mágica, sus circuitos mágicos y los pequeños brazaletes con forma de espada que sujetaba en ambas manos.

Pronto notó la familiar sensación de la energía mágica fluyendo a través de cada nervio de su cuerpo, el agudo dolor cuando el cuerpo intentaba rechazar el elemento extraño y el indescriptible placer al conseguir dominar el dolor, guiando el flujo hacia su objetivo. Débiles al principio, pero pronto lo suficientemente brillantes como para teñir el espacio que la rodeaba con una enfermiza luz verde, lineas resplandecientes llamearon en su cara formando un elaborado patrón similar a un tatuaje. Su corto cabello castaño ondeó durante un momento, como movido por una ilusoria ráfaga de viento.

Alhlal. Traja. Tnsha”.

Obedeciendo su susurrada orden, las dos alhajas brillaron con una luz plateada, transformándose en dos hojas curvas idénticas, cada una de ellas con una longitud aproximada de setenta centímetros. Estas espadas ancestrales eran parte de la herencia de su familia desde la época de las primeras Cruzadas, hacía más de un milenio. Podrían considerarse cimitarras, aunque su forma se acercaba más a la de las antiguas espadas khopesh egipcias. Las arcaicas armas contrastaban marcadamente con su mucho más moderno vestuario: unos aparentemente cómodos tejanos y una sencilla camiseta negra, cuyas mangas habían sido arrancadas de cuajo en algún momento.

Qd yghtialsqya syfy”.

Las espadas gemelas resplandecieron de nuevo, esta vez con una aura de color blanco puro que persistió en los filos incluso cuando la invocación terminó. La temperatura alrededor de Fatimah descendió unos cuantos grados cuando sus armas empezaron a emanar puro frío. Con un último empujón mental canalizó algo de od hacia sus propios brazos, fortaleciendo y reforzando músculos y huesos. Gracias a su pequeña estatura y a su entrenamiento era naturalmente ágil y de movimientos rápidos, pero cualquier pizca de fuerza extra que pudiera añadir a sus delgados brazos sería más que bienvenida en caso de encontrarse en medio de un combate.

“Bien, con esto debería bastar por ahora”, susurró. “¿Cómo va eso, Rin?”.

“También estoy lista. Maldita sea, ha costado más de lo que esperaba. No queda casi nada de mana por aquí. He tenido que llegar bastante lejos para reunir energía suficiente para establecer la barrera, y aún así va a ser bastante más débil de lo normal”.

Fatimah asintió. Ese era el motivo de su presencia allí, después de todo: una súbita y silenciosa implosión que de alguna forma había hecho desaparecer todo el mana en un radio de un kilómetro alrededor de la casa a la que estaban a punto de entrar. La energía mágica ya estaba empezando a recuperarse, extendiéndose desde el exterior de la zona afectada, pero pasarían algunas semanas hasta que recuperara los niveles de densidad habituales. Hasta entonces, todos los conjuros lanzados utilizando mana en esa zona serían mucho más débiles, y la dificultad de su invocación sería mucho más alta.

“En cualquier caso”, Rin continuó mientras volvía desde el lado opuesto de la casa, “debería ser suficiente para mantener a cualquier posible intruso alejado. Quería añadir algo para ocultarnos de quien sea que esté dentro, pero el combustible no daba para tanto”. La joven japonesa sacudió la cabeza, haciendo que su largo cabello (peinado en dos coletas sujetas a ambos lados de su cara con sendos lazos negros) se agitara a su alrededor. Su llamativo atuendo (blusa de color rojo oscuro adornada con motivos en forma de cruces blancas, falda corta negra y largas medias del mismo color) no parecía demasiado apropiado para actividades peligrosas, pero Fatimah, quien había luchado a su lado durante años y estaba más que acostumbrada a su código de vestimenta, no tenía ninguna duda al respecto.

“Entendido. Entonces, ¿vamos a entrar?”

“Es tu ciudad, doña Segunda Dueña, así que tú decides. Al fin y al cabo yo sólo estoy aquí por curiosidad y para ver como te manejas en tu primera crisis real”, Rin respondió tranquilamente, alzando una ceja.

“Ya, justo cuando estaba empezando a acostumbrarme a la vida tranquila...”.

Fatimah reflexionó. Le había parecido ver algo moverse en una de las ventanas del primer piso durante su aproximación, un leve destello plateado que había durado menos de un segundo, pero probablemente fuera un rayo de luna reflejándose en el cristal. Probablemente. Aparte de eso, el interior de la casa permanecía silencioso e inmóvil, como si no hubiera absolutamente nadie dentro. Nadie vivo, al menos. Y sin embargo, había algo que le ponía nerviosa, más nerviosa que en cualquiera de las numerosas misiones que había completado durante su periodo de aprendizaje en el cuartel general de Clock Tower.

Oh, vamos, Fatimah, olvídate de eso, se reprendió a sí misma. No estás acostumbrada a tanta responsabilidad. Esta es tu primera acción real como supervisora de Barcelona y ahora nadie te va a cubrir el trasero si metes la pata. Eso es lo que te pone nerviosa. Ignóralo y ve hacia adelante, todo irá bien. Vamos, chica, has hecho esto un montón de veces.

“Voy a entrar”, decidió. “Cúbreme desde el umbral mientras reconozco el terreno, por favor”.

“Hecho”, Rin confirmó, mientras ambas se aproximaban a la puerta delantera.

* * * * *

Sáb 04-Jul-2009, 02:27AM

Abrió sus ojos a un mundo de oscuridad y dolor. Un mundo de oscuridad y dolor muy ruidoso, de hecho.

Todavía no completamente consciente, Germán gimió por segunda vez en esa fatídica noche. Su mano tocó el punto donde el dolor parecía concentrarse: su frente. Una migraña de proporciones épicas había decidido acampar dentro de su pobre cráneo, y por lo visto estaba celebrando su llegada con un concierto improvisado de drum'n'bass. Genial.

La oscuridad no era tan profunda como parecía en un principio, gracias a la luz de la luna que se derramaba a través de la ventana, pero aún así necesitó un momento para reconocer su entorno. Comprensible, teniendo en cuenta que sólo llevaba tres días viviendo en esa casa en concreto, y que normalmente acababa durmiendo en el sofá de la sala de estar. Bueno, en realidad lo habitual era que se quedara frito en el sitio mientras estudiaba sus notas. Y en los últimos días había estado bastante ocupado con eso.

Espera un momento. De repente, su maltrecha mente cayó en algo importante. ¿Por qué estoy aquí? Lo último que recuerdo es estar en el sótano y...

Y algo había salido horriblemente mal. Estaba seguro de haber seguido las instrucciones con exactitud. El círculo tenía la forma correcta, la salmodia de invocación había sido pronunciada con la entonación debida, y los materiales necesarios eran de la máxima calidad que se había podido permitir obtener o fabricar en su pequeño laboratorio provisional. Y sin embargo, en el clímax del ritual había sentido como si un agujero se abriera en su propia alma y el mundo entero fuera aspirado a través de él. El manual que había recibido no mencionaba un efecto secundario de semejante calibre, eso estaba claro. No era de extrañar que hubiera caído redondo al momento.

Entonces, ¿como demonios había conseguido trepar dos tramos de escalera hasta llegar al dormitorio estando inconsciente? Y lo más importante: ¿a qué venía ese escándalo en la planta baja...?

“Pero qué...”

Ese último pensamiento sirvió para aclarar su confusa mente instantáneamente. ¿Qué narices estaba pasando? Se levantó, todavía masajeando su dolorida cabeza, salió de la habitación y se dirigió hacia las escaleras. Los ruidos le llegaron entonces con más claridad, y Germán pudo distinguir el sonido de metal golpeando contra metal, varias cosas cayendo al suelo y voces. Voces femeninas. Incluso pudo entender algunas palabras: ...saldrá de esta casa con vida.... Pero no podía ver absolutamente nada; las luces estaban apagadas y las cortinas de la sala de estar estaban echadas.

Así que hizo lo más natural en esa situación. Tanteando en busca del interruptor situado cerca de la parte superior de las escaleras, encendió las luces.

* * *

“¡Agh!”. Con un grito ahogado, Fatimah se estrelló contra la pared, derribando una estantería. Libros y otros pequeños objetos aterrizaron sobre su cabeza mientras intentaba recuperar la respiración.

El primer golpe le cogió completamente por sorpresa justo al entrar en la habitación, y había logrado pararlo a duras penas sólo gracias a su bien entrenado instinto. El segundo sacudió sus reforzados brazos como un martillazo cuando cruzó sus espadas delante de su cara para bloquearlo. Pero el tercero, un barrido lateral contra el que pudo defenderse por pura suerte, simplemente le hizo volar tres metros hacia atrás antes de golpear el muro, dejándola en su estado actual: sin aliento, debilitada e indefensa.

Tres golpes. Nadie había conseguido eliminarla de una batalla con esa rapidez, ni siquiera en su época como una cría de seis años que apenas había empezado a entrenar esgrima bajo las estrictas enseñanzas de su padre. Fatimah se sentía pasmada y más que un poco humillada. Y para empeorar aún más las cosas, ni siquiera había podido echar un vistazo a la cara de su oponente o a su arma. En la casi absoluta oscuridad, apenas podía distinguir su silueta. Únicamente había podido escuchar sus gritos de batalla, así que al menos podía adivinar que se trataba de otra mujer. Que, por cierto, se estaba acercando para rematar la faena.

Lanze von Feuer, streik!

Fatimah tuvo que cerrar los ojos cuando una repentina explosión de luz y calor llenó la habitación, perdiendo una gran oportunidad para examinar la apariencia de su enemigo. El rayo de fuego voló desde los dedos extendidos de Rin, impactando directamente contra la extraña. O eso pareció. En lugar de aniquilarla como estaba previsto, el poderoso conjuro simplemente... desapareció. Como si nada hubiera pasado, la atención de la sombra se centró en la maga japonesa, quien se había escabullido hacia el extremo opuesto de la sala, derribando algo parecido a un jarrón decorativo mientras buscaba algo de cobertura.

“Un noble intento, hechicera, pero ha sido en vano. Ninguno de vosotros saldrá esta casa con vida”. Una voz femenina, no había duda. Una voz calmada y autoritaria, llena de confianza y violencia contenida.

Y entonces se hizo la luz.

La lámpara colgada del techo llenó la sala de estar de blanca claridad. Fatimah se vio sorprendida por la repentina luminosidad y tuvo que frotarse los ojos durante un segundo para dejar de ver manchas negras por todas partes. Cuando su vista volvió finalmente a la normalidad, miró a su alrededor.

Había acertado: su enemigo era una mujer. Una muchacha, de hecho, ya que no podría tener más de quince o dieciséis años. Estaba... ¿desarmada? No, no era eso. Sujetaba algo con ambas manos, pero la arma, fuera lo que fuera, era completamente invisible. Su pequeño cuerpo estaba cubierto por un anticuado y aparentemente pesado vestido azul, la mayoría de éste oculto bajo su nada convencional armadura: coraza, guanteletes y una falda de placas, todo forjado en un metal sin identificar que resplandecía con tonos plateados. Llevaba su rubio cabello sujeto en un peinado peculiar y complejo, formando una especie de moño circular en la parte posterior de su cabeza.

Y sus ojos de color verde intento miraban fijamente, sorprendidos, a la cara de Rin. La joven maga le devolvía la mirada, su expresión reflejando un absoluto asombro.

“...¿Rin? ¿Tohsaka Rin?”, la desconocida susurró finalmente, casi como si no pudiera creer en sus propias palabras.

“...¿S-Saber? P-p-pero tú...”, Rin tartamudeó.

Y en ese momento otra voz se unió al coro desde la parte superior de las escaleras que llevaban al primer piso, recordando a las tres mujeres que, después de todo, alguien tenía que haber encendido las luces.

“¿Puede alguien explicarme qué demonios está pasando aquí? ¿Por favor?”, suplicó el hombre de las escaleras. Y Fatimah no pudo más que asentir.

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